A lo largo de esta sección propondremos una frase, que sirve como punto de partida a una historia que inventéis. Así de un comienzo en común saldrán varias historias según el autor. Podéis escribir vuestros pequeños cuentos en los comentarios.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Sólo el que escribe sabe como termina la historia

11 comentarios:

Anónimo dijo...

María no sabía que hacer. Tras varios días de desazón creía haber llegado a una conclusión. Entonces le llamo el.
-¿Qué haces? ¿te apetece verme?
-Estaba terminando de cenar, ¿Qué tal estás?
-Lo siento, necesitaba desahogarme. Estuve hablando durante horas. No me hacían caso. No me escuchaban.
-Juan, ¿Por qué me haces esto?
-Me lo debes.
-Yo no te debo nada.
Pero no era verdad, se lo debía. Al menos sentía que se lo debía.
-A veces hablas sin parar, sin importarte quien te escuche, sin importarte que estás diciendo. No se que hacer.
A medida que se aflojaba el nudo de la corbata, sentía que se iba cerrando el de ella. Siempre es así. Un vaso se vacía sobre otro que se llena. La ventaja es que uno de ellos tiene un agujero en el fondo y se vacía más fácilmente.
-¿Dónde vas a ir?
Al final hay una necesidad de retroalimentarse, de respirar el mismo aire, de compartir la misma agua. Queda, al terminar, una sensación dulce, placentera. María lo sabía. Sabía que sin discusión no habría reconciliación. No le necesitaba, y sin embargo, le necesitaba tanto. Sólo el que escribe sabe como termina la historia, y a veces, ni siquiera el lo sabe. Quizá María lo supiese o quizá Juan. Mientras tanto, hablaban sin decirse nada. Con palabras repetidas y desgastadas. Pensando cual sería su próximo movimiento. Ubicándose en el campo de batalla.

Anónimo dijo...

Solo el que escribe sabe como termina la historia, escribió el que escribe. Antes, el que pinta escribió: “Manifiesto: Hacer cosas a partir de las cosas.
Nada de ideas, ni de imágenes, ni representaciones ni teorías, ni palabras.
Sin embargo no dejo de escribir.” Cuando el que escribe lo leyó comprendió cuando y porqué se escribe. No lo comprendió en aquel instante, lo comprendió días después, cuando debía pintar y sólo podía escribir.

Anónimo dijo...

"Sólo el que escribe sabe como termina la historia" era como acababa sus oraciones Santos Beliche. Lo repetía entre dientes para poder dormirse, ya que sus remordimientos eran tan pesados que siempre reservaba dos habitaciones individuales en el hotel. En medio de la noche se levantaba de la cama y se marchaba al otro cuarto, queriendo dejar algo de su pesadumbre en la otra cama. Y volvía a dormirse con el zumbido de "sólo el que escribe sabe como termina la historia". Santos Beliche estaba casado, pero nunca dormía en casa. Para él acostarse era terminar la historia, decía siempre a su familia. Todos sabían que era mentira cuando al llegar, y sin darle importancia, afirmaba: -anoche soñé que era escritor. (Continuará...)

Anónimo dijo...

Tras varios días vagando sin rumbo fijo por Madrid, Winston, decidió entrar en aquel lugar. Era una fría noche de Diciembre, la humedad se había instalado entre las raídas fibras de su viejo gabán gris y amenazaba con quedarse. Winston no encontraba los motivos de su desazón. No recordaba bien los lugares por los que desde hacía días venía vagabundeando, en ellos no había hallado señales que alumbrasen su deriva.
Sin embargo, aquella noche, algo le dijo que debía entrar en aquel lugar. Un gran vidrio enmarcaba la entrada, la luz cálida que emanaba del interior teñía con pálidos reflejos los adoquines mojados de la calle. Winston atravesó el umbral y en seguida todo comenzó a cobrar sentido. Allí las vio, al final de la escalera, las consignas, la policía del pensamiento, los tres eslóganes del Partido. Alcanzó jadeante el último peldaño y leyó; LA GUERRA ES LA PAZ, LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD, LA IGNORANCIA ES LA FUERZA. Volvió a extraer de su bolsillo la vieja moneda de veinticinco centavos que días atrás le había servido de guía. Allí estaban las consignas, en letra pequeña pero clara. En el reverso, la cara del Gran Hermano. Winston leyó en la pared: “la tapia del sordo”. Al fin lo había encontrado, había encontrado los rostros, las palabras. Contempló su nombre escrito sobre la pared. Permaneció inmóvil varias horas, escrutando a su alrededor, resuelto a encontrar el sentido de todo aquello. Al fin, agotado, volvió a descender la escalera para salir a la calle. Esta noche dormiré en un hotel, pensó. Llevaba días durmiendo en la calle, entre cubos de basura. Buscó uno cercano pues no quería alejarse demasiado. Tras registrarse subió a la habitación, no era gran cosa, nada que ver con la hospitalidad londinense. Junto al hotel había una tienda de alimentación regentada por un chino. Bajó y compró una botella de whisky escocés. Se lavó mientras la bebía y se durmió inmediatamente. Habrían trascurrido dos horas cuando Winston despertó sobresaltado. En su sueño vio su cara, le vio a Él rodeándolo todo, vio como entraba en la habitación y le susurraba al oído, “sólo el que escribe sabe como termina la historia, sólo el que escribe sabe como termina la historia…” No pudo dormirse en toda la noche, notaba su presencia en la habitación, le notaba en el aire que respiraba, entrando por sus narices, depositando sus palabras en su cabeza “…sólo el que escribe sabe como termina la historia”.
Por la mañana bajó a recepción, extendió un cheque y deslizando su vieja moneda de veinticinco centavos bajo éste, preguntó al recepcionista:
-Dígame, ¿quién ocupó mi habitación la noche anterior?
El recepcionista extendió la mano y recogió el cheque, a continuación consultó una libreta negra que extrajo de un cajón. Alzó la cabeza.
-José Antonio Santos Beliche, dijo
Winston dio media vuelta y se dispuso a salir
-¡Oiga!- gritó el recepcionista- ¡Olvida esto!
En su mano alzada estaba la moneda de veinticinco centavos y en ella el rostro del Gran Hermano con sus ojos clavados en él.
(Continuará…)

LA TRINTXERA idea bombing dijo...

Sólo el que escribe sabe como termina la historia, y punto final.

Mateo dijo...

Santos Beliche huía de cualquier situación que le trajese a sus pensamientos su propia muerte. Cuando por sorpresa la idea aparecía, solía dejar de pestañear mientras retorcía con fuerza uno de sus dedos. Pero aquel medio día tuvo esa sensación de querer morirse, lo tuvo claro: "quiero morir". Aquello se posó sobre él como una losa. Cogío su sombrero, su pipa apagada, su chaqueta negra y bajo los tres escalones que separaban su casa de la acera. Anduvo hasta la calle del Santo y allí se paró. Se quedó quieto mirando a un punto móvil que pasaba la barandilla roja del segundo balcón a la estatua del santo, para después pasar al cartel azul del banco. De forma intermitente, como un péndulo que lo atravesara repetía: "quiero morir". La calle estaba llena de gente pero nadie se percató de nada... (Continuará...)

bermejo dijo...

Winston ocupó una butaca en el tercer anfiteatro de la sala. "Déme las más baratas", se limitó a decirle al taquillero. El espectáculo se representaba en el Teatro Español, “Lluvia” se llamaba. Winston, que recorría las calles olfateando señales que orientasen su divagar, encontró en el nombre de la representación un lejano anhelo patrio, una nostalgia de gotas aplastándose contra el pavimento, un repiqueteo incesante que acompasase sus cavilaciones. La representación tardaba en comenzar. Una voz aterciopelada anunció desde un megáfono: "Quedan tres minutos para que de comienzo el espectáculo..."
(continuará…)

bermejo dijo...

Una mujer gorda entró dando voces, el acomodador, un hombrecillo minúsculo de voz nasal la rogaba con contenidos aspavientos que bajase la voz:
-Por favor señora, la representación está a punto de comenzar.
-¡Si es que me tienen harta!- dijo en un tono más moderado
Iba tirando de dos chiquillos, que se resistían a avanzar. Propinó una sonora bofetada a uno de ellos.
-¡No os vuelvo a sacar de casa!-Gritó
El acomodador, como un chinche suplicando a un elefante, alzaba impotente las manos.
-¡Señora, por favor!
Winston observó con desagrado como el chinche señalaba la butaca que tenía al lado. Frunció el ceño. La mujer, hacía evidentes esfuerzos por introducirse en la butaca, bufaba mientras los reposabrazos se hundían en sus carnes. Ocupó el asiento del medio, con los niños flanqueándola. Sus carnes rebosaban bajo los reposabrazos. Cuando se hubo acomodado arreó un tortazo al niño de su derecha, mientras al de la izquierda le susurraba
-Por que no eres mi hijo, que si no…
(continuará…)

bermejo dijo...

En el escenario, un foco alumbraba la tarima. Visto desde su posición, arriba, en el tercer anfiteatro, a Winston le pareció la luna. Una mujer, ataviada con un vestido de cola negro, comenzó a taconear sobre ella. Winston pensó en la muerte. Frente a él colgaba una espectacular lámpara de araña, bajo sus pies, el vacío, y más allá la mujer taconeando en el escenario. Sólo una reluciente barandilla le separaba del vacío, una delgada línea dorada. Tal vez, cogiendo algo de impulso y apoyando un pie sobre la barandilla conseguiría alcanzar la lámpara de un salto. ¿Soportaría su peso? ¿Cómo sería aquello? Sentiría miles de cristales, como diminutos alfileres, clavándose en su piel. Algunos se desprenderían y caerían hacia abajo, como una lluvia de brillantes esquirlas surcando la oscuridad como cuchillos. “Lluvia”, ahora empezaba a tener sentido.
(continuará…)

bermejo dijo...

Es imposible” se dijo, nunca conseguiría saltar tanto como para alcanzar la lámpara.
“Caería al vacío si más, me precipitaría hasta el patio de butacas”. Pudo ver su cuerpo golpeando los respaldos, su cabeza y sus piernas dislocándose, pasando a otro plano.
“ ¡Un momento, pero el patio de butacas está lleno de gente!”, “les partiría el cuello al caer…no, no es posible”. A Winston no le gustaba la gente, pero llevarse a unos cuantos con él, por el momento no estaba entre sus propósitos.
Un sonoro esputo le sacó de sus cavilaciones, era la mujer gorda de al lado que tosía sin parar, se había atragantado con un cacahuete.
"si al menos estuviese ella debajo…” se consoló Winston.
(continuará…)

Mateo dijo...

Ni siquiera pagó, se levantó de la mesa y lo hizo. Siempre que se angustiaba hacía lo mismo. Él creía que era demasiado tarde para demorarse, pero, no en vano lo hizo. En la cafetería de la argentina nadie movió un pelo, durante unos minutos todos se miraron asustados. El olor a sangre seguía hacia la puerta. Justo antes de empujar el cristal, Santos se volvió y con los ojos llorosos esbozó una sonrisa. La argentina no atinaba con las teclas del teléfono... (continuará...)